MARIE-JOSEPH LAGRANGE, OP
Y LA ESCUELA BÍBLICA Y ARQUEOLÓGICA
FRANCESA DE JERUSALÉN
Gabriel M. Nápole
Fr. Marie-Joseph Lagrange, fundador de la École Biblique et Archéologique Française de Jerusalén, iniciador de la Revue Biblique y de la colección Études Bibliques, fue el primero en impulsar la utilización de la exégesis moderna en el mundo católico, con la convicción de que no podía haber contradicción entre la fe de la Iglesia y los descubrimientos provenientes de los esfuerzos honestos de la razón humana.
Animado por una gran pasión por la verdad y un gran amor a la Biblia y a la Iglesia, J.-M. Lagrange quiso abrir a los católicos el libro de las Escrituras, sacándolo del santuario y haciéndolo redescubrir como Palabra enraizada y viviente. En los albores de un nuevo siglo -el XX-, enfrentado con cuestiones inéditas, apostó por un abordaje crítico y riguroso de los textos bíblicos, integrando las nuevas herramientas del conocimiento que ofrecían los tiempos modernos. Lagrange estaba convencido que esta alianza era posible, que ella no podía sino honrar a la Iglesia y ser provechosa para todos, creyentes y no creyentes.[1]
LA PERSONA
Albert Marie Henry Lagrange nació el 7 de marzo de 1855 en Bourg-en-Bresse, al norte de Lyon. Su madre tenía un profundo sentido de la fe cristiana e inquieta por la salud de este segundo hijo, cuando tenía tres años lo llevó al cura de Ars, quien lo bendijo. Terminados sus estudios secundarios, Albert pasó a la Université Cathólique de París y obtuvo en 1878 el doctorado en derecho. A los veintitrés años se consagró a Dios en la Orden de Predicadores. Después de haber pasado un año en el seminario de París -en Issy-les-Moulineaux– entró en octubre de 1879 al noviciado de los dominicos de Saint-Maximin, en Provenza. Se le dio como nombre en la vida religiosa Marie-Joseph.
Cuando en 1880 los religiosos fueron expulsados de Francia, Lagrange fue trasladado al nuevo centro de estudios de los dominicos exilados en Salamanca. Según su propia opinión, la sólida formación filosófica y teológica recibida allí le permitió, más tarde, afrontar con seguridad los conflictos planteados por el modernismo en el campo bíblico. Fue ordenado sacerdote en Zamora el 22 de diciembre de 1883 y obtuvo el doctorado en Teología el año siguiente. Vuelto a Francia en agosto de 1886, enseñó Historia Eclesiástica y Sagrada Escritura en Tolosa, hasta el día en que su Provincial lo envió a Viena en 1888. Con los mejores principios de la hermenéutica católica y de las lenguas esenciales para el estudio de los textos bíblicos, M.-J. Lagrange percibió la necesidad de afianzar la utilización del método de la exégesis moderna proveniente de Alemania, lo cual le suponía cultivarse en el terreno de la crítica, la filología, la historia y la arqueología orientales. Austria le ofreció la posibilidad de estudiar con los profesores más reputados de aquel tiempo: Müller, Reinisch, Wahrmund. Bajo su dirección estudia asirio, egipcio, árabe, filología semítica y el hebreo talmúdico.
Ésta es la época en que toma forma el proyecto de sus superiores de abrir en Jerusalén una Escuela Bíblica. Estando en Austria le llegó la orden de partir hacia Jerusalén, y el 10 de marzo de 1890 M.-J. Lagrange arribó a la Ciudad Santa con la misión de realizar aquel proyecto.[2] El 15 de noviembre del mismo año tuvo lugar la apertura académica de la École pratique des hautes-études en una sala abovedada de treinta metros por cuatro, que había sido el antiguo matadero turco de la ciudad. Desde entonces su vida será absorbida por la École durante cuarenta y cinco años, excepto cuando fue separado de ella unos diez meses (1912-1913), enviado a Francia y silenciado.
A lo largo de medio siglo de actividad científica, J.-M. Lagrange publicó una treintena de libros y más de doscientos cincuenta artículos. El núcleo de su labor exegética lo condensó en un pequeño libro: La Méthode historique, publicado en 1903 y reeditado en 1967. A raíz de esta obra, el Papa León XIII, por intermedio del Cardenal Rampolla, lo convocó el 26 de junio de 1903 para formar parte del grupo de consultores de la Pontificia Comisión Bíblica, cuya creación había sido prevista por la carta apostólica Vigilantiae de 1902. Además, el Papa lo manda llamar a Roma el 1º de febrero de 1903 para ofrecerle la responsabilidad del futuro Instituto Bíblico Pontificio, el cual tendría como órgano de expresión la Revue Biblique. La muerte de León XIII y la explosión de la crisis modernista, darán un curso muy distinto a los acontecimientos.[3]
A partir de 1907 se había intensificado el combate de las autoridades de la Iglesia contra los recién llamados “modernistas”, sospechosos de sacrificar la fe cristiana a la cultura moderna, bajo pretexto de armonizarlas. El Santo Oficio al excomulgarlos, el Index al prohibir sus escritos, la Comisión Bíblica al entorpecer la investigación exegética y la Consistorial al controlar la enseñanza en los Seminarios, llevaban a cabo este enfrentamiento.[4]
En cuanto a la Sagrada Escritura, los descubrimientos en diversas áreas ocurridos durante siglo XIX relacionados con los conocimientos bíblicos, aportaban más miedo que luces a la inteligencia de la Biblia. M.-J. Lagrange sentía que la ciencia y la razón no podían arruinar ni a la fe, ni a la Escritura -palabra inspirada- ni a la Iglesia que la conserva y que vive de ella. No obstante, fue atacado sobre todo por el jesuita orientalista belga A. Delattre y por quien fundara el Instituto Bíblico Pontificio, L. Fonck. En 1912 Roma ordenó que varios escritos de Lagrange, cuyos títulos sin embargo no fueron precisados, sean absolutamente omitidos en la formación del clero, salvo un más amplio examen y juicio reservado a quienes compete. No era, hablando con propiedad, una condena; pero, como lo escribió más tarde el mismo Lagrange, “los considerandos eran extremadamente graves”.[5] La carta de obediencia filial que mandó al Papa Pío X al recibir el Decreto de Roma fue tal, que el Pontífice dispuso su publicación y le ordenó que retome su actividad en Jerusalén. En ella afirmaba: “Muy Santo Padre. Posternado a los pies de su Santidad, vengo a proclamar mi dolor por haberlo entristecido y mi entera obediencia. Mi primer movimiento ha sido -y mi último movimiento será siempre- someterme de espíritu y de corazón, sin reserva, a las órdenes del Vicario de Jesucristo. Pero precisamente porque me siento uno de los hijos más sumisos, es que me permito decir a un Padre, el más augusto de los Padres, pero un Padre, mi dolor por las consideraciones que aparecen vinculadas a la reprobación de varias de mis obras -por otra parte, indeterminadas-, que estarían tachadas de racionalismo. Que esas obras contienen errores, estoy dispuesto a reconocerlo, pero que ellas hayan estado escritas en un espíritu de desobediencia a la tradición eclesiástica o a las decisiones de la Pontificia Comisión Bíblica, dígnese, muy Santo Padre, de autorizarme a declararle que nada está más lejos de mi pensamiento. Yo permanezco de rodillas frente a Su Santidad para implorar su bendición. De Su Santidad el más humilde de sus hijos, fr. M.-J. Lagrange, de los frailes predicadores.” [6]
Dado el contexto adverso en el que se encontraba, el mismo M.-J. Lagrange sugirió al Maestro de la Orden alejarse de la École Biblique, y aún renunciar a la exégesis bíblica. Pero en junio de 1913 fue reintegrado con el encargo de retomar allí todas sus actividades intelectuales y académicas. Nunca se retiraron oficialmente las acusaciones contra él[7] y Lagrange tuvo que sufrirlas en silencio y dignamente. Como lo escribió en 1934 a uno de sus amigos, el jesuita Albert Condamin, él creía que “cuando Dios lo quiera, el progreso se hará de la manera más fácil del mundo”.[8] En el lenguaje de la época y de acuerdo a su propio marco espiritual, Lagrange escribía al Maestro de la Orden de Predicadores: “Yo quisiera apasionadamente una exégesis católica fuerte, aramada, poderosa (…) pero eso me parece imposible sin una cierta libertad de discusión que nos permita poner al servicio de la fe las mejores armas de nuestros enemigos. Yo no vivo para otra cosa. Pero tengo una fe ciega en la obediencia y aún si yo me convenzo, por medio del estudio, que el sistema que preconizo conduciría a la destrucción del protestantismo y a la glorificación de la Iglesia, se que, en la Iglesia católica, todo debe ser sometido al principio de autoridad. Si los tiempos no hay llegado, esperaré; y ellos llegarán para mi sólo cuando obtenga el pleno asentimiento de los superiores.” Y en 1898 le decía: “Estoy convencido que existe una campaña que continuará, donde habrá muchos disgustos que soportar, prejuicios que vencer, ataques que soportar pacientemente. ¿Por qué, entonces, no permanecer tranquilo en los caminos allanados? Porque estoy apasionadamente enamorado del honor de la Iglesia y me parece que esto es bueno para las almas.” [9] Su fe y su adhesión a la Iglesia permanecieron intactas.
En el otoño de 1935, a causa de su salud deficiente, lo obligan a retornar a Francia; prefirió ir a Saint-Maximin -Convento de estudios de los dominicos-, donde siguió enseñando, además de las conferencias que daba por el sur de Francia. Murió el 10 de marzo de 1938, en el tiempo en que se encontraba escribiendo para la Revue Biblique un artículo titulado: L’authenticité mosaïque de la Genèse et la théorie des documents.[10] Sus restos, trasladados a Jerusalén en 1967, reposan hoy en el corazón de la École Biblique: la basílica de Saint-Étienne.
LA OBRA INTELECTUAL
Durante el pontificado de León XIII
La obra intelectual de M.-J. Lagrange ha sido muy variada y cubrió diferentes campos, tales como la Exégesis escriturística, el Orientalismo, la Historia de las Religiones comparadas, con incursiones interesantes en la Patrística, la Hagiografía y la Arqueología. Más allá de esta diversidad, desde el inicio de su actividad en Jerusalén, Lagrange se sitúa, al comienzo, en el corazón de la llamada “cuestión bíblica”, intentando poner de relieve aquello que constituye el carácter sagrado de la Biblia, es decir, la naturaleza y los efectos de la inspiración. Se trataba de discutir metodológicamente problemas que se planteaban en los relatos de los orígenes, la caída, el diluvio -que eran presentados por la exégesis independiente como un decálogo de mitos babilónicos-; de precisar el sentido de la historia patriarcal -que el racionalismo pretendía relegar a un museo de leyendas perimidas-; y de seguir en la historia de Israel la acción divina y la evolución del mensaje religioso -donde la hipercrítica veía solamente los retazos más o menos astutos de las castas sacerdotales tardías-.
Buena parte de estos temas los desarrollará en los primeros números de la Revue Biblique.[11] Las monografías sobre La nouvelle histoire d’Israël et le prophète Osée; La Vierge et l’Emmanuel y Le panthéisme dans l’histoire sante, las publica en 1982; La révélation du nom divin “tétragrammaton”, en 1893; L’apocalypse d’Isaïe (XXIV-XXVII) yNehémie et Esdras, en 1894; Les sources du IIIe évangile; Le récit de l’énfance de Jésus dans S. Luc y Origène, la critique textuelle et la tradition topographique, en 1895; L’Inspiration des Livres Saints; L’hexaméron (Genèse I à II,4) y L’inspiration et les exigences de la critique, en 1986.[12]
Éste último tema ha sido una preocupación incesante en Lagrange. A la luz de Santo Tomás de Aquino, se esforzó por ofrecer una noción razonable, coherente y clara de la inspiración.[13] Tanto las ideas como su expresión verbal se encuentran en un todo integralmente divino e integralmente humano, en razón de la subordinación de una causa instrumental inteligente y libre, a la causalidad principal de Dios. Por lo tanto, para una inteligencia correcta y profunda de la Biblia, era necesario estudiar, a la vez, tanto los principios teológicos como las leyes que rigen la interpretación de escritos puramente humanos, según sus géneros literarios y sus orígenes en el tiempo y el espacio.
En esta perspectiva, la exégesis bíblica requería la intervención de una crítica circunspecta de los textos y la utilización de todos los recursos ofrecidos por la Historia, la Filología, la Geografía, la Etnografía y la Arqueología orientales. Lógicamente M.-J. Lagrange no podía especializarse en cada una de estas disciplinas, con lo cual se hizo más evidente la necesidad de un trabajo interdisciplinar y en equipo. Tarea ésta que fue facilitada enormemente por el modo de vida religiosa comunitaria llevada a cabo por los dominicos en la Orden.[14]
En el congreso católico de Friburgo realizado en septiembre de 1897, fue inaugurada una sección escriturística que presidió M.-J. Lagrange. La ocasión era propicia para someter al juicio de una importante audiencia de especialistas, un primer ensayo de aplicación de esta “science critique”, reconocida desde 1892 por la encíclica Providentisimus Deus del Papa León XIII. Una comunicación sobre las fuentes del Pentateuco congrega la aprobación de los exégetas, sin presentar ninguna objeción doctrinal.[15] Ésta no era propiamente un trabajo de exégesis, sino que su propósito era responder a una cuestión previa: “¿Son decisivas las razones que, hasta el momento, han impedido a los católicos abordar el examen del Pentateuco?” Según Lagrange, esas razones eran cinco: 1) La redacción de los Libros sagrados que constituyen el Pentateuco, se ha continuado sin cesar con nuevas adiciones; por tanto, nada obliga a atribuir a Moisés el último estado del texto; 2) La Biblia contiene sucesivas cuerpos legislativos -revelando una evolución progresiva- y todos colocados bajo la autoridad de Moisés. No por eso Moisés es necesariamente el redactor de todos ellos; 3) Los pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento que atribuyen a Moisés un relato o una sentencia, no prueban de ninguna manera que Moisés haya redactado el Pentateuco; 4) La tradición histórica respecto del papel jugado por Moisés en el designio de Dios se impone a la fe, mientras que la tradición literaria respecto de los escritos atribuidos a Moisés, no gozan todos de la misma autoridad; 5) El valor histórico de los testimonios bíblicos no deben considerarse de acuerdo con nuestros criterios científicos y positivistas para concebir la historia, sino en función de la utilización que el pueblo de la Biblia hace del relato. En definitiva, en el congreso de Friburgo Lagrange propuso los principios de una hermenéutica teológica para acercarse a la Escritura. La misma consideraba que la autoridad religiosa de la Biblia no se apoya en la autenticidad literaria de los escritos que la constituyen, sino sobre la inspiración divina de los autores.
A pesar de este lúcido aporte, no se consideró oportuno la publicación de aquella comunicación, porque ella podría ser interpretada como un apoyo a las teorías en boga de las escuelas hipercríticas. M.-J. Lagrange consideró que no era suficiente argumento para no dar a conocer los resultados de la investigación. Es por ello que la publico en la Revue Biblique en enero de 1898, con el asentimiento de un censor teológico.[16] Dicho artículo provocó no pocas reacciones en contra.
El Congreso de Friburgo había tenido consecuencias fundamentales para Lagrange. La primera fue que se reforzaba en él una convicción: los debates intelectuales más graves y urgentes estaban pasando por los ambientes universitarios y centros especializados, más que por los medios eclesiásticos. Por lo tanto, había que estar allí necesariamente, si no por la palabra, al menos por las publicaciones. Otra consecuencia importante fue el reconocimiento académico de la labor llevada a cabo por la École Biblique.
El rector del Institut Catholique de Tolosa, Mons. Batiffol, invitó a M.-J. Lagrange a exponer sintéticamente su método frente a un auditorio seleccionado. Esto ocurrió en noviembre de 1902 y las seis conferencias aparecieron publicadas un mes después, bajo el título: La Méthode historique, surtout dans l’exégèse de l’Ancien Testament.[17]Como resultado de la aplicación de este método, Lagrange publicará un comentario del libro de los Jueces y, casi simultáneamente, un volumen sobre las religiones semíticas, cuya segunda edición es de 1905.[18]
La crisis modernista
En el contexto de la crisis modernista desatada después de la muerte de León XIII, M.-J. Lagrange comienza a ser cuestionado duramente desde diversos sectores de la Iglesia católica. A pesar de ello, continúa dedicado a la ampliación de sus conocimientos en el plano histórico, estudiando el Zoroastrismo y su influencia en el Judaísmo,[19] profundizando en el conocimiento de los profetas mesiánicos,[20] precisando la noción de los nombres divinos en la Biblia,[21]sintetizando los resultados de las excavaciones en Creta y discutiendo el carácter de los papiros de Elefantina.[22] Al mismo tiempo, rechaza las tesis exegéticas de M. Loisy y las paradojas audaces de M. Salomon Reinach en el campo de la Historia comparada de las Religiones.[23]
Una decisión de sus superiores de la Orden dominicana le hace abandonar sus estudios sobre el Antiguo Testamento, para orientarse hacia el Nuevo.[24] Su comentario al Evangelio de Marcos, inaugura esta nueva línea de su actividad científica.[25]
Durante la primera guerra mundial fue, por algún tiempo, prisionero turco-germano en un campo de concentración en Orfá. Una vez liberado por la intervención papal, enriqueció la colección de Études Bibliques con dos comentarios sobre las cartas de San Pablo a los Romanos y a los Gálatas,[26] con un volumen sobre Historia de las Religiones y con la publicación de nueve conferencias dadas en el Institut Catholique de París.[27]
A partir de 1919, acabada la guerra y reagrupado el grupo de colaboradores de la École Biblique, J.-M. Lagrange multiplica sus estudios sobre el Helenismo y el Cristianismo, las Religiones mistéricas, la Gnosis mandea, el Hermetismo y la moral de los Evangelios.[28] Este será el tiempo donde terminará sus comentarios sobre los Evangelios,[29]coronados por una sinopsis griega realizada en colaboración con C. Lavergne,[30] y por la síntesis de cristología bíblica publicada en 1928, que tenía como título: L’Évangile de Jésus-Christ.[31] Esta obra fue traducida al alemán, inglés, español, italiano y árabe.
Con 75 años y guiado por el deseo de ser útil a los que se inician en el estudio de la Sagrada Escritura, J.-M. Lagrange proyecta la elaboración de una Introduction à l’étude du Nouveau Testament, de la cual escribe el primer volumen.[32] Nuevos y sorprendentes descubrimientos papirológicos ofrecían a la crítica neotestamentaria una necesaria actualización.[33] Él mismo aborda complejo el problema de una nueva orientación de la crítica textual, precisando las bases de la misma y, dos años más tarde, con la colaboración de S. Lyonnet, publica una obra sobre crítica textual, contando con la versión armenia del Nuevo Testamento.[34] Por último, incorpora a la colección una obra sobre crítica histórica.[35]
Además de estas publicaciones, M.-J. Lagrange colaboró, por un período más o menos frecuente o esporádicamente en las revistas: La Science catholique, L’Université catholique, La Revue thomiste, La Revue des sciences philosophiques et religieuses, La Ciencia Tomista, La Vie intellectuelle, La Revue pratique d’apologétique, La Vie spirituelle, La Vie dominicaine, Les Nouvelles Religieuses, Blackfriars; Bulletin des anciens élêves du Séminaire d’Autun, Comptes rendus de l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, Le Correspondant, Ephemerides Lovanienses y Zeitschrift für Assyriologie.
LA ESCUELA BÍBLICA
El proyecto
La École Biblique et Archéologique Française es el centro más antiguo de investigación bíblica y arqueológica de Tierra Santa. Fue fundada en Jerusalén por M.-J. Lagrange en 1890, sobre el terreno del convento dominicano de Saint-Étienne, el cual había sido erigido en 1882.[36] Inspirándose en el nombre de la reciente École pratique des hautes-étudesde París (1868), Lagrange la llamará École practique d’études bibliques, con el fin de señalar la especificidad metodológica. En ese lugar, la Biblia sería estudiada en el contexto físico y cultural donde ella ha sido escrita, uniendo “le monument et le document”, como solía repetir. En efecto, se trataba de vincular la Arqueología y la Historia con la exégesis de los textos.
El nombre de la École se modificará en 1920, cuando la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres en París la reconoció como École Archéologique Française de Jérusalem, en razón de la calidad de sus realizaciones en ese campo. Esta será la única Escuela en Jerusalén que, en el campo de la Arqueología, propondrá un programa estable de cursos.
Todavía en Viena, M.-J. Lagrange esboza un programa de enseñanza de cuatro años, para el cual necesitaría de varios profesores; asimismo prevé el marco espiritual en el cual deberán desarrollarse los estudios bíblicos: la celebración de la liturgia completa, a excepción del Oficio nocturno. El proyecto lo describía así: “1) [Vivir en] el espíritu de la Orden y [en] las alabanzas a Dios; 2) Nutrir la fe sobrenatural, pues no podemos crear apóstatas peligrosos; 3) [Velar por] el efecto producido sobre las poblaciones religiosas del Oriente.”[37] Al superior del convento de Saint-Étienne le escribe insistiendo en que los frailes consagrados a los estudios bíblicos tienen que hacerlo dentro del ambiente ofrecido por la oración litúrgica: “Creo haber dado señales claras de una pasión verdadera por el estudio, pero declaro que no lo comprendo, en nuestra Orden, sin el canto de una buena parte del oficio ¡como reposo y como luz! (…) El estudio de la Escritura Santa sin un gran espíritu de fe es muy peligroso, como lo prueban numerosos apóstatas, y no me afanaré por trabajar para llegar a ese resultado para mí y para los demás.” [38] “Amo escuchar el Evangelio cantado por el diácono en el ambón, en medio de las nubes del incienso; las palabras penetran en mi alma más profundamente que cuando las reencuentro en una discusión de revista.”[39]
La síntesis de búsqueda intelectual y de adhesión creyente se manifiesta hasta en la disposición de las futuras construcciones: la nueva basílica de Eudoxia, dedicada a San Esteban, unirá el Convento con la Escuela y les servirá de centro.
El proyecto de la École y sus fundamentos se encuentran maravillosamente expresados en el discurso pronunciado por M.-J. Lagrange con ocasión de la inauguración de la misma. En él afirmaba que el objetivo era “poner el Oriente en terna con Grecia y Roma.” Dios había dado en la Biblia un trabajo interminable a la inteligencia humana, “Él la abrió a un campo indefinido de progreso en la verdad. Pues lo que más admiro en la doctrina católica es que ella es a la vez inmutable y progresiva. Para el espíritu no es un mojón fronterizo; es una regla. Ella se le impone, pero demanda su actividad; ella ama ser examinada de cerca porque se sabe sin reproche. Las grandes inteligencias que hicieron resplandecer el marco estrecho de tantas religiones, se encuentran cómodas en sus límites y pueden entregarse a gusto a su pasión dominante: el progreso en la luz. La verdad revelada no se transforma; ella se acrecienta. Es una evolución, pero una evolución que tiene por causa primera al Dios revelador, por punto de partida los dogmas, por apoyo la autoridad de la Iglesia. Es un progreso, porque las adquisiciones nuevas se logran sin quitar nada de los tesoros del pasado. Así la historia de la exégesis es la más bella de las historias literarias (…) Conociendo mejor la Biblia como libro de historia, ustedes la gustarán mejor como libro inspirado y divino. Es razonable que Dios haya dado a la revelación la forma de la historia, en lugar de adoptar la síntesis filosófica; así resulta que quien sitúa la revelación en su cuadro histórico la entrega más clara, más proporcionada a nuestra inteligencia, más fácil para creer.”[40]
Los sucesivos equipos de profesores
En sus comienzos, La École vivía en la precariedad, con falta de personal, de libros, de recursos y aún de estatutos. Los primeros profesores fueron: el mismo M.-J. Lagrange, quien tenía a cargo la enseñanza del Antiguo Testamento, del Hebreo y de la Asiriología; Paul Séjourné (1857-1922) debía enseñar Nuevo Testamento; Étienne Doumeth (1843-1890), sacerdote melkita que había entrado en la Orden para el Convento de Saint-Étienne, daría el curso de Árabe; Louis Heidet, sacerdote del patriarcado latino y terciario dominico tomaría la Introducción (Historia y Geografía de Palestina y Topografía de Jerusalén) y dirigiría las visitas arqueológicas. El asuncionista Joseph Germer-Durand (1845-1917) y Léon Cré (1855-1922), de Santa Ana, colaborarían en las conferencias de Historia y Arqueología. Más tarde se incorporaría el dominico Jacques Rhétoré (1841-1921) para enseñar lenguas orientales.
Durante los diez primeros años, M.-J. Lagrange eligió y formó un grupo de colaboradores, llegando a constituir un cuerpo de profesores muy cualificado. Marie-Antonin Jausenn (1871-1962) llegó a ser un pionero en Etnografía árabe; Louis-Hugues Vincent (1872-1960) se revelará como el mejor especialista de su generación en la Arqueología de Palestina; Antoine-Raphaël Savignac (1874-1951) se impondrá en Epigrafía semítica; Félix-Marie Abel (1878-1953) se consagrará a la Historia y la Geografía de Palestina, campos donde manifestó una gran erudición, dejando una herencia muy valorada por los investigadores posteriores; Édouard-Paul Dhorme (1881-1966) fue un célebre asiriólogo y el primero en descifrar el Ugarítico. Dadas las tensiones vistas anteriormente, Lagrange irá concentrando su atención en el Nuevo Testamento.
A través de cincuenta años de intensa colaboración interdisciplinar (1890-1940), los miembros de este pequeño equipo publicarán cuarenta y dos obras importantes, seiscientos ochenta y dos artículos científicos y más de seis mil doscientas recensiones. Los artículos y las recensiones aparecieron en la Revue Biblique, mientras que los libros se insertaron en la colección Études Bibliques.
A partir de los años 30, el primer equipo comienza a formar una nueva generación de investigadores. Bernard Couroyer (1900-1992) publicará un gran número de trabajos en el campo de la Egiptología, a la vez que enseñará Copto y Árabe; Roland de Vaux (1903-1971) será reconocido tanto por su competencia bíblica como arqueológica; Raymond-Jacques Tournay (1912-1999) producirá una apreciada traducción de los Salmos en lengua moderna; Pierre Bênoit (1906-1987) y Marie-Émile Bosimard (1916-) ofrecieron una contribución importante a la investigación neotestamentaria; y Françoise Langlamet (1931-) aplicará con rigor el método histórico-crítico al estudio de los Libros Históricos, especialmente los libros de Samuel.
A los investigadores de esta segunda generación se debe la producción de La Bible de Jérusalem (1956), cuya publicación constituye como una suerte de punto de llegada del ideal de M.-J. Lagrange. Concebida para poner a disposición de un público cultivado los resultados más seguros de la investigación bíblica moderna, el proyecto consistió un una nueva traducción de cada libro bíblico, equipado con notas explicativas a pie de página y de referencias escriturarias útiles en los márgenes. Cada libro o conjunto de libros estaba precedido de una sólida introducción, en la cual se presentaban las cuestiones relativas a la fijación del texto, su historia literaria, su contexto histórico, su canonicidad y teología. Este tipo de presentación rompía con las presentaciones tradicionales y llegó a ser el modelo de las ulteriores traducciones modernas.
Entre 1945 y 1955 los diversos libros de la Biblia fueron publicados en forma de fascículos separados. Finalmente, en 1956, se edita el conjunto de la Biblia en un solo volumen. Su título original era simplemente La Sainte Bible; pero, en razón del estrecho lazo que esta obra tenía con la ciudad de Jerusalén, la obra terminó llamándose La Bible de Jérusalem, quedando éste como nombre oficial. En 1973, la edición francesa original fue revisada completamente y en 1998 se publicó una nueva edición, en la cual se actualizaron las notas y las introducciones, de acuerdo al desarrollo de la investigación bíblica reciente.[41]
ALGUNAS CONCLUSIONES
En 1974 Pablo VI, dirigiéndose a la Pontificia Comisión Bíblica, calificaba a J.-M. Lagrange como: “Un gran maestro de la exégesis, un hombre en quien han brillado de manera excepcional la sagacidad crítica, la fe y el apego a la Iglesia.” Esto lo hacía después de recordar a sus miembros que “el deber primordial del exégeta consiste en presentar al pueblo de Dios el mensaje de la Revelación, en exponer el significado de la Palabra de Dios en sí misma y en relación con el hombre contemporáneo.”[42] Como ha podido observarse, éste fue el anhelo que guió la vida del fraile dominico J.-M. Lagrange.
Hace algo más de cien años, en Jerusalén, unos frailes se embarcaban modestamente en una aventura asombrosa, con muy pocos recursos pero con una viva conciencia y una verdadera pasión por las necesidades intelectuales de su tiempo. Ellos pretendían que se abra otra vez para todos el Libro antiguo y que se lo lea con todo cuidado, en el contexto de su tierra de origen. De esta manera, estaban convencidos que ese Libro antiguo se hacía Libro nuevo y vibrante para cada generación. Entre el entusiasmo del estudio de los textos y las excavaciones, en medio de las polémicas que se suscitaban, J.-M. Lagrange y sus hermanos de la École Biblique han logrado abrir caminos nuevos en la Iglesia católica. Y esto lo lograron porque perseveraron comunitariamente en la confianza y supieron escuchar pacientemente las preguntas arduas de su tiempo, con incansable inteligencia y fervorosa esperanza.
Es cierto que época de J.-M. Lagrange no ha podido alcanzar serenamente una lectura a la vez, sabia y creyente de la Biblia, porque el concepto de la historia todavía era demasiado positivista y el concepto del dogma, demasiado fundamentalista. Esta etapa se caracterizó, más bien, por el primer acercamiento, pero no podía ser un momento de armonía. Faltaba tiempo y espíritus sosegados. Pero lo esencial estuvo en la orientación irreversible que ellos imprimieron a los estudios bíblicos, manifestada por la encíclica Divino afflante Spiritu de Pío XII (30 de septiembre de 1943) -contra quienes se oponían al uso de las ciencias-, confirmada por la declaración del a Pontificia Comisión Bíblica Sancta Mater Ecclesia (21 de abril de 1964) y, sobre todo, por la constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II (18 de noviembre de 1965). El último documento de la Pontificia Comisión Bíblica es un punto de llegada elocuente en el itinerario de los estudios bíblicos modernos.[43]
En efecto, a finales del siglo XX, la Iglesia acoge serenamente la incorporación del método histórico-crítico al estudio de la Sagrada Escritura. Ésta, en cuanto “palabra de Dios en lenguaje humano”, ha sido compuesta por autores humanos en todas sus partes y todas sus fuentes; por lo tanto, su justa comprensión no sólo admite como legítima, sino que requiere la utilización de este método. Si bien el uso clásico de este método manifiesta ciertos límites, porque se restringe a la búsqueda del sentido del texto bíblico en las circunstancias históricas de su producción, el estudio diacrónico continúa siendo indispensable para captar el dinamismo histórico que anima la Sagrada Escritura y para manifestar su rica complejidad. “En definitiva, la finalidad del método histórico-crítico es dejar en claro (…) el sentido expresado por los autores y redactores. Con la ayuda de otros métodos y acercamientos, él ofrece al lector moderno el acceso a la significación de la Biblia, tal como la tenemos.”[44]
La figura y la labor intelectual de J.-M. Lagrange revive en tiempos de incertidumbres e inseguridades como los actuales, donde el fundamentalismo es una gran tentación que se instala en la mente de mucha gente, tanto dentro como fuera de la Iglesias. Su problema de base es que, rechazando el carácter histórico de la revelación bíblica, se vuelve incapaz de aceptar plenamente la verdad de la encarnación misma.
El acercamiento fundamentalista a la Biblia es peligroso, porque seduce a las personas que buscan respuestas bíblicas a sus problemas vitales. Puede engañarlas, ofreciéndoles interpretaciones piadosas pero ilusorias, ya que la Escritura no contiene necesariamente una respuesta inmediata a cada uno de los problemas y ofrece una falsa certeza, porque confunde inconscientemente las limitaciones humanas del mensaje con su sustancia divina. Pero, por sobre todo, esta lectura invita tácitamente a una forma de suicidio del pensamiento, aspecto que nunca fue aceptado en la gran tradición eclesial.
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Bibliografía seleccionada sobre J.-M. Lagrange y la École Biblique.[45]
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[1] Cf. T. Radcliffe, Prólogo al libro de B. Montagnes, Le père Lagrange (1855-1938). L’exégèse catholique dans la crise moderniste, Paris 1995, p. 9.
[2] La Palestina de 1890 era un país pobre con 650.000 habitantes, de los cuales sólo el 15 % eran cristianos, casi todos melkitas ortodoxos. Jerusalén, cuya población se había duplicado de 1850 a 1890, tenía 40.000 habitantes, y el 80 % se repartían entre judíos y musulmanes. Los cristianos se distribuían entre 4.000 ortodoxos, 2.000 latinos y algunos grupos reducidos, católicos o no. El país no ofrecía ningún recurso intelectual -incluidas bibliotecas- ni económico.
[3] Un secretario de la Comisión Bíblica afirmó: “Si Léon XIII avait vécu deux mois de plus, cet institut étai crée. Ce qui en avait jusque-là empêché la réalisation, c’est qu’on n’avait pu trouver le local convenable” (Pro-memoria -no fechada- de J.-B. Frey, conservada en los Archivos de la Comisión Bíblica).
[4] El 31 de diciembre de 1907 el jesuita H. Delehaye escribe a Lagrange: “Hélas, il semble bien qu’en haut lieu tout est jugé bon contre le spectre du modernisme. Il faut espérer que le salut sortira de l’excès même de la réaction. Mais quelle brèche au prestige du Saint-Siège!”
[5] J.-M. Lagrange, Au service de la Bible. Souvenirs personnels, Paris 1967, p. 203.
[6] Publicada por B. Montagnes, Exégèse et obéissance. Correspondance Cormier-Lagrange (1904-1916), Paris 1989, pp. 342-343.
[7] Entre las que se contaban: infidelidad a la tradición eclesiástica; opiniones contrarias a los avisos de la Comisión Bíblica Pontificia y tendencias a arruinar la autenticidad y la historicidad de la Escritura.
[8] Publicada en B. Montagnes, Le serviteur de Dieu Marie-Joseph Lagrange, O.P. (1855-1938). Biographie Critique, Rome 1999, p. 340.
[9] J.-M. Lagrange, Cartas al Maestro de la Orden, Jerusalén 11 de abril de 1897 y 7 de mayo de 1898 respectivamente, publicadas por B. Montagnes, Le serviteur, pp. 86.90.
[10] Publicado en la RB 47 (1938) 163-183.
[11] Por el deseo explícito de que la École se sitúe en el Convento y su comunidad sea su medio vital -además de un anhelo permanente de discreción por parte de M-.J. Lagrange-, en la Revue Biblique se afirma desde el comienzo que está “publiée par l’École pratique d’études bibliques établie au couvent dominicain de Saint-Étienne de Jerusalem”.
[12] Cf. RB 1 (1892) 203-238; 481-497; 605-616; 2 (1893) 329-350; 3 (1894) 200-231; 561-585; 4 (1895) 5-22 y (1896) 5-38; 160-185; 501-524 y (1896) 87-92; 5 (1896) 199-220; 381-407; 496-518.
[13] “Une pensée de saint Thomas sur l’Inspiration scripturaire”, RB 4 (1895) 563-571.
[14] De todos modos, Lagrange incursionó en algunas de esas áreas. Por ejemplo, en el primer número de la Revue Biblique aborda la cuestión de la Topografía de Jerusalén, fijando el sitio histórico de la primitiva ciudad de David y jalonando una evolución de la ciudad, sobre la base de los textos bíblicos que, juzgados contradictorios, los descubrimientos posteriores han confirmado (cf. “Topographie de Jérusalem”, RB 1 (1892) 17-38). Lo mismo ocurrió con la cuestión del Templo, abordando los datos arqueológicos con el objetivo de establecer sus características en los períodos de Salomón, Herodes y los Romanos (cf. “Comment s’est formée l’enceinte du Temple de Jérusalem”, RB 2 (1893) 90-113). Inclusive el volumen titulado S. Étienne et son sactuaire à Jérusalem, publicado en París en 1894, da muestras de sus conocimientos respecto del método arqueológico.
[15] M.-J. Lagrange había sometido su escrito previamente al control de reconocidos teólogos tomistas: los padres Berthier y Gardeil.
[16] “Les sources du Pentateuque”, RB 7 (1898) 10-32.
[17] Études Bibliques 3, Paris 1904.
[18] “Le livre des Juges”, Études Bibliques 1, Paris 1903 (comentario precedido por el artículo “Introducción au Livre des Juges”, RB 11 (1902) 5-30); “Études sur les religions sémitiques”, Études Bibliques 3, 1er éd., Paris 1903 (precedido por cuatro artículos aparecidos anterioriormente con el mismo título, en la Revue Biblique: 10 (1901) 27-54; 216-251; 546-566; 11 (1902) 212-239).
[19] “La religion des Perses. La réforme de Zoroastre et le Judaïsme”, RB 13 (1904) 27-55; 188-212.
[20] “Les Prophéties messianiques de Daniel”, RB 13 (1904) 494-520; “Notes sur le messianisme au temps de Jésus”, RB 14 (1905) 481-514; “Notes sur les Prophéties messianiques des derniers Prophètes”, RB 15 (1906) 67-83; “Pascal et les Prophéties messianiques”, a.c., 533-560.
[21] “El et Iahvé”, RB 12 (1903) 362-386; “Encore le nom de IAHVÉ”, RB 16 (1907) 383-386.
[22] “La Crète ancienne”, RB 16 (1907) 163-206; 325-348; 489-514; “Les Papyrus araméens d’Éléphantine”, RB 16 (1907) 258-271; “Les fouilles d’Éléphantine”, RB 17 (1908) 260-267; “Le nouveaux papyrus d’Éléphantine”, a.c., 325-343.
[23] Quelques remarques sur l’Orpheus de M. S. Reinach, Paris 1910.
[24] Aspecto que ya se observaba en los artículos aparecidos en la Revue Biblique dos años antes: “La parabole en dehors de l’Évangile”, RB 18 (1909) 198-212; 342-367; “Le but des Paraboles d’après l’Évangile selon saint Marc”, RB 19 (1910) 5-35.
[25] “L’Évangile selon S. Marc”, Études Bibliques 7, Paris 1911.
[26] “Saint Paul: Epître aux Romains”, Études Bibliques 8, Paris 1916; “Saint Paul: Epître aux Galates”, Études Bibliques 9, Paris 1918.
[27] Mélanges d’historie religieuse, Paris 1915; Le sens du christianisme d’après l’exégèse allemande, Paris 1918.
[28] “Attis et le Christianisme”, RB 28 (1919) 419-480; “Le Logos d’Héraclite”, RB 32 (1923) 96-107; “Attis ressuscité?”, RB 36 (1927) 561-566; “Les mystères d’Éleusis et le Christianisme”, RB 28 (1919) 157-217; “La régénération et la filiation divine dans les mystères d’Éleusis”, RB 38 (1929) 63-81; 201-214; “La gnose mandéenne et la tradition évangélique”, RB36 (1927) 321-349; 481-515; 37 (1928) 5-36; “L’hermétisme”, RB 33 (1924) 481-497; 34 (1925) 82-104; 368-396; 547-574; 35 (1926) 240-264; La morale de l’Évangile. Réflexions sur “Les morales de l’Évangile” de M. A. Bayet, Paris 1931.
[29] “L’Évangile selon Saint Luc”, Études Bibliques 10, Paris 1921; “L’Évangile selon saint Matthieu”, Études Bibliques11, Paris 1923 y “L’Évangile selon saint Jean”, Études Bibliques 12, Paris 1925.
[30] Synopsis grecque, Barcelone 1926.
[31] Études Bibliques 14, Paris 1928. Reeditado en 1954.
[32] “Histoire ancienne du canon du Nouveau Testament”, Études Bibliques 16, Paris 1933. Más tarde publicará, “L’histoire ancienne du canon du Nouveau Testament”, RB 44 (1935) 212-219.
[33] En los artículos de la Revue Biblique correspondientes a esta etapa, puede observarse el interés que dichos descubrimientos despertaron en Lagrange: “Un nouveau papyrus contenant un fragment des Actes”, RB 36 (1927) 549-560; “Un nouveau papyrus évangélique”, RB 38 (1929) 161-177 (Pap. Michigan); “Le groupe dit Césaréen des manuscrits des Évangiles”, a.c., 481-512; “Un nouveau papyrus évangélique”, RB 42 (1933) 402-404 (Pap. Chester Beatty); “Les papyrus Chester Beatty pour les Évangiles”, RB 43 (1934) 5-41; “Le papyrus Beatty des Actes des Apôtres”, a.c., 161-171; “Les papyrus Chester Beatty pour les Epîtres de Saint Paul et l’Apocalypse”, a.c., 481-493.
[34] “Projet de critique textuelle rationnelle du Nouveau Testament”, RB 42 (1933) 481-498; “Critique Textuelle. La critique rationnelle”, Études Bibliques 17, Paris 1935.
[35] “Critique historique. Les Mystères: L’Orphisme”, Études Bibliques 18, Paris 1937.
[36] La casa Saint-Étienne en Jerusalén había sido fundada luego de la primera peregrinación de penitencia a los Santos Lugares, organizada por los Asuncionistas del 28 de abril al 8 de junio de 1882.
[37] M.-J. Lagrange, Journal spirituel, 8 février 1889.
[38] M.-J. Lagrange, Carta al P. Paul Meunier, superior de la casa Saint-Étienne de Jerusalén, Viena 18 de marzo de 1889, publicada por B. Montagnes, Le serviteur, p. 41.
[39] RB 1(1892) 2, Avant-propos.
[40] M.-J. Lagrange, Couvent des P. Dominicains de Jérusalem. Ouverture de l’École pratique d’études bibliques, 15 novembre de 1890, Jérusalem, Imprenta de los PP. Franciscanos, 1890, in-8º.
[41] La nueva edición en español de la Biblia de Jerusalén (1998) toma de la edición francesa las introducciones, notas, títulos, apéndices y referencias marginales, mientras que en la traducción hay una mayor aproximación al texto masorético y se han suavizado las expresiones literarias que resultaban innecesariamente ásperas en castellano.
[42] L’Osservatore Romano, 15 de marzo de 1974. Original francés.
[43] Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, Buenos Aires 1993.
[44] Cf. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación, 37-38.
[45] Las obras de un mismo autor son presentadas en orden cronológico. Con respecto a algunas siglas: AFP es Archivum Fratum Praedicatorum (Roma) y DocOP es Documents pour l’histoire de l’Ordre de Saint-Dominique en France, Cahiers annuels (Lyon).
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